viernes, 31 de enero de 2014

Castigo Eterno - 2006

Hace unos días estuve ojeando mi producción literaria en general. No pensaba que hubiese escrito tanto, y me enorgullece, aunque me entristece haber perdido tantos textos y haber tirado tantos otros (y no explicaré las razones por las que decidí hacerlo en aquel tiempo). Simplemente, se me ocurrió la idea de hacerles unas mínimas correcciones de estilo a los textos más sobresalientes para compartirlos con ustedes, tarea que iré trabajando tanto aquí en La telaraña como en Lírica Bizarra, pues representan partes importantes de mi vida que, a su vez, pueden ser útiles para ustedes, o al menos medianamente interesantes.
El día de hoy compartiré mi primer texto. Es cosa bastante importante para un escritor recordar el primer escrito consumado, y esas extrañas alimañas que invadieron mi estómago cuando llegó ese primer y tan anhelado 'fin'. Bueno, para ubicarles en el tiempo y el espacio, para ese tiempo contaba yo con 16 años; adolescente inconforme y descubriendo apenas sus problemas con la depresión y con la misma sociedad, puesto que no deseaba absolutamente nada más que alejarme del asco y la tristeza que todos me producían. He aquí una dedicatoria a ellos, a lo que sentía yo por los demás. Anímense a darle un vistazo y luego continuaremos con la evolución... Muchas gracias (de mi pasado-yo y de mi yo-actual) y espero que les guste. Se titula 'Castigo Eterno'.

Es esta la primera vez que he deseado hablar sinceramente de mi existencia. Es la primera vez que siento una horrible compasión por aquellos seres humanos que se habitúan al yugo mundano y, como ratas, se alimentan de la basura que tienen a su alcance… se deleitan únicamente con la porquería que este les ofrece. Muchas personas evitan nombrar la muerte queriendo eliminarla de su realidad, sabiendo que, en el momento más indicado, ella será guiada por el patetismo que proyecta el hombre común y se saboreará de la ridiculez que se engendra dentro de sus almas. A medida que pasa el tiempo, hay más almas involucradas en aquel mortuorio festín; cada vez hay más almas reunidas en torno al castigo eterno.

Lo que yo piense, para ustedes poco o nada significará, pues ya no hablo desde una vida verdadera, hablo sabiendo que la podredumbre de mi alma me inundará hasta que encuentre alguna salida. Para mí, esto es un amargo recuerdo, un único recuerdo, es mi vida, es la única vida que tuve. Es un anhelo de vida y un sueño de muerte.

No me molestaré en relatarles mi vida —si se me permite llamarla así—, y si lo hiciese, no hallaría nada memorable en ella. Fue siempre igual, siempre llena de vicios, de lujos innecesarios, de alegrías decepcionantes, de rutinas ambiciosas… todo sin recompensa alguna. Todo lo que me fue otorgado para conseguir mi felicidad el día de mi concepción se echó a perder, me entregué únicamente al placer sin guardar pasión ni conciencia alguna, aún así, pretendiendo tener poder absoluto sobre todas las cosas. Sí, así fue, sobre todas las cosas sin excepción alguna. Nunca guardé cuidado en agregar algún carácter a mis palabras, pues todas iban dirigidas a la consecución de sucios intereses. Había declarado una guerra a la vida y a la muerte, pero sin involucrarlas en mi grotesca megalomanía.

Gustoso les mencionaría mi muerte, pero esta no se ha compadecido de mí aún, y tal vez nunca lo haga. Ya sabido este hecho, me dispongo a relatar el momento en el que mi existencia tuvo por fin un valor. Descubrí un sentido que no quise encontrar, pero era necesario comprenderlo.

Recuerdo haber experimentado un extraño presentimiento, como si alguien me estuviese observando, como si detallara cada uno de mis movimientos; como si, sin esfuerzo alguno, aquel ser se introdujera en mi mente y descubriera el vacío y la indiferencia que reinaban en mis entrañas.

“Los presentimientos son cosa de locos. Una persona como yo sólo se guía por lo que es importante”, decía yo constantemente, considerándome sabio por mi supuesta experiencia y aquella forma de vivir la vida. Mi observador lo sabía perfectamente, y siempre se había burlado de mi falta de sentido común. Ahora yo deseaba mostrarle a aquella invención imaginaria que él era sólo una falsa entelequia de mi conciencia. Me dispuse a dormir, presumiendo que el agotamiento atraía todas aquellas ideas a mi mente, y no podía permitirlo. Como signo de falso convencimiento, y para defender la hipocresía que me había distinguido, me reía nuevamente de la muerte creyendo ser impune a ella. Me incorporé, y mi cuerpo no volvió a ver el mundo jamás.

Un extraño sueño envolvió mi cabeza. En éste se presentaba mi pasado con dolor y desprecio, abrumándome y comprobando lo que sentían las verdaderas almas al toparse con un inepto de mi calaña y, por primera vez, sentí un hondo arrepentimiento. Me enteré de que la vida podía tener fundamento alguno. Entre más recordaba, más incómodo me sentía, y la desdicha me invadía acechando cada rincón, marcándolo con la suciedad recogida a lo largo de mi vida. Era yo el ser más mísero que haya existido, el mundo desperdició mi alma sabiendo que ésta era obra de la mano de Dios, pero finalmente, el mundo no tuvo la culpa, ésta me la atribuyo a mí mismo porque yo era el único que podía decidir por mí… viví como me lo propuse, el mundo hizo su tarea. El cielo y el infierno me han abandonado, y lo merezco.                                                                                                                                                                                    Extrañas figuras se proyectaban indefinidamente de acuerdo a las impresiones que impactaron mi mente. No me fue posible diferenciar la imaginación de la realidad. Nunca nadie sabrá quién fue el artífice de aquel inexplicable delirio; tampoco si fue causa de mis agonías o si realmente sucedió.

No guardo la esperanza de conocer aquello en algún momento, y no debería interesarme, pues, ¿para qué descubrir algo que ya no puedo remediar? Algo perteneciente a mi pasado… no me serviría de nada conocerlo. Admito que la curiosidad es la que me lleva a querer averiguarlo, quisiera ver la situación desde un ángulo diferente, pero estoy sumido en mi ser y de aquí no puedo escapar. Solo intentaré habituar los hechos a mi deplorable rutina, si es que saldré con suerte,  pidiendo que desaparezca de una vez por todas y rogando que aquí se quede. Si desapareciese definitivamente hallaría una calma entera, mis ataduras se destruirían automáticamente, aunque el temor se apodera de mi mente y mi alma se ve obligada a aceptar que el día en el que mi rutina llegue a su fin, mi vida estará forzada a esfumarse. De ahí ese ridículo miedo a la muerte, y por más patético que sea no podré liberarme de éste, prefería vivir eternamente a pensar en la idea de que la muerte tuviera que venir por mí algún día.

Un horrible alarido surgió de mi interior y fue disminuyendo a medida que los segundos envolvían mi ser y me condenaban a pasar por una eternidad en cada uno de ellos. Así para mi alma hayan representado tal sinfín, para el mundo constituyeron no más de un minuto, minuto que se convirtió en el más largo de mi vida, que anunciaba ya mi fin y me mostraba sin querer mi cobardía, que me llevó al pasado y me dio un leve recorrido por el futuro, si es que así puedo llamarlo. Y yo mantenía firme la ridícula idea de recuperar mi estado normal para encontrar una salida a aquel extraño infierno y continuar con la inútil existencia a la que estaba acostumbrado.

Mi desesperado grito se acabó luego de luchar contra el temor que me invadía. Ahora sólo era un sollozo que a cualquiera llenaría de angustia. Pero fui perdiendo la voz hasta caer en un profundo sueño, estuve paralizado completamente durante algún tiempo. Al despertar me llenó de esperanza el haber recuperado un poco de sensibilidad corporal, aunque lo que no me agradaba del todo era el sentir que un temblor incontrolable recorría mi persona, y poco tiempo después apreciaba un sudor frío acompañado de dolor, cada vez menos tolerable, aunque casi imperceptible. Sentí como la razón regresaba a mi persona y me decía que no había de qué preocuparse, que aquellos síntomas se debían a mi debilidad, y me consoló la idea de que cesarían cuando recuperara por completo la  normalidad de mis sentidos corporales.

Pude haber muerto allí, pero la idea de esperar la llegada de un espíritu tan oscuro al cual había temido desde tiempos inmemorables en mi existencia, no me complacía enteramente. Hallé fuerzas en el último rincón de mis entrañas para no dejarme vencer por el miedo, y empecé a recuperar un poco de movilidad en mis extremidades.

Iba desentumiendo mi corporeidad lentamente para no agotarme con los esfuerzos infructuosos que me obligaban a movilizarme, y aquel insoportable dolor se hacia cada vez más insistente. Me encontraba en una situación delicada: mi energía liberaba sus últimas reservas y la terrible idea de rendirme ante la muerte se me presentaba con mayor frecuencia.

Este dilema recorría los estrechos senderos de mi conciencia cuando un estruendo infernal me despertó instantáneamente. Fue tan profundo y tan aterrador que rescató a mi cuerpo de la quietud que de él se había apoderado. Finalmente, sin saber cómo, me hallaba de pie, y algunos rayos débiles proyectaban una luz espectral, llevando una esencia aún más aterradora. Era tan impactante que mis sentidos olvidaron de momento el dolor para dedicarse a indagar acerca del ambiente que me rodeaba. ¡Cuánto anhelo devolver el tiempo para no haber pronunciado las palabras que instituyeron mi despiadada condena!

Aquel extraordinario paisaje se moldeaba ante mis ojos como un infinito campo sin desniveles en su terreno, sin límites en toda su grandeza; iluminado por una resplandeciente neblina roja que dificultaba mi escasa respiración. Toda su vasta extensión estaba cubierta por extraños desechos putrefactos, algo realmente horroroso, además de varias siluetas que sobresalían por su oscuridad, pero no logré reconocer lo que en sí eran estas.

En ese instante, el dolor retornó a mi mente y mi reacción fue observarme para distinguir alguna alteración en mi corporeidad y, ¡oh! ¡Que terrible infortunio! ¡Sólo el destino conoce qué desalmado ser me predispuso a la agonía de esta forma! Mi cuerpo se encontraba completamente desollado. A lo que antes había calificado como un simple “sudor frío”, era, desgraciadamente, la sangre recorriéndome de extremo a extremo. El hecho de haber observado mi sombría realidad hizo que mi dolor fuera completamente inaguantable. Mis venas sobresalían cada vez más de la carne que me envolvía; el desgraciado verdugo que se deleitó en el acto de mi tortura dejó algunos hoyuelos mal formados en mi abdomen, unos más notables que otros, dando la impresión de que hubiera extraído alguno de mis órganos, y las partes que de mí había desechado el asesino, junto con los restos de mi antigua piel y la de un incontable número de seres, constituían ahora la basura que adornaba la superficie de aquel perfectísimo infierno.

Todas esas imágenes y sentimientos reunidos paralizaron mi atemorizado corazón, y, aún así, increíblemente, después de tan fatal sufrimiento, conservaba la firme idea de aguardar mi vida por encima de todas las cosas…

¡Ah! ¡Necio pensamiento! Ahora soy testigo de una infinidad de atrocidades al afirmar que el miedo es el asesino de la razón. La ineptitud me hizo presa de un eterno castigo, y ahora me encuentro sufriendo por nunca haber pensado en el verdadero sentido de mis palabras; por haberme resguardado en una supuesta superioridad y no haberme arriesgado a cuestionar los argumentos que acompañaron a mi vida desde la infancia; por la cobardía que me llevó a suplantar mi realidad por una absurda utopía.

No tuve la capacidad de retener aquellas decepcionantes ideas por la fuerza de su colisión con mi entendimiento, entonces recurrí a gritar proclamando frases sin sentido alguno, probablemente por la cantidad de pensamientos que me abrumaban, formando en mi mente una densa atmósfera de culpabilidad y arrepentimiento, que adquirirían un inmenso parecido con la locura. De la maldición de aquellas palabras con un clamor apenas entendible, recuerdo que pronuncié lo siguiente: ¡NO QUIERO MORIR!

Y ahí quedaron consignadas en la historia las palabras que enviaron mi alma directamente a la cruel eternidad en la que ahora perezco, o, peor aún, en la que permanezco en este limbo con esperanzas hacia el fin de mi existencia. En mi vida nunca pude comprobar que las palabras, al ser pronunciadas con tal voluntad, eran dueñas de tanta grandiosidad. Nunca me dispuse a explorarme, mucho menos a cuestionarme.

Estaba completamente aturdido, sentía cómo moría sin caer bajo la muerte, pero siendo dominado por ésta. Intenté avanzar pero mis pies no lo permitían. Mi cuerpo se precipitó, cayendo sobre una enorme daga que atravesó mi pecho. Mi sangre, negra y maldita, se derramaba haciendo que mis venas se aferraran al suelo, al mismísimo suelo del infierno, en el que seguiré deseando infructuosamente conseguir una salida, ya sea la vida o la muerte, alguna que me libere de esta brutal opresión.


Ahora puedo darme cuenta de que mi vida esculpe mi condena como una de sus obras maestras; mi fúnebre y patético paso por el mundo no me enseñó a existir verdaderamente, y en este momento la muerte se encarga de cumplir con esa labor, aunque nunca me lleve decididamente.



FIN - Kátherin Sánchez/ 2006